En 2022 ¿reventará el miedómetro?
Las iglesias antiguas cuentan con unos relieves que eran el cómic de su época y constituían, de hecho, el único “libro” accesible, la única fuente de información de una población analfabeta y temerosa de Dios. Temerosa, entre otras cosas, porque los relieves representan a personas torturadas en el infierno, el destino cierto de quienes se desviaban del camino de la Iglesia.
El miedo y el control político y social nacen a la vez. El miedo es un instrumento de control aceptado, al menos, en el ámbito de las ciencias sociales. El Estado y el principio de autoridad se sostienen, entre otras cosas, en el monopolio de la violencia. La policía va armada, pero la ciudadanía no. La amenaza de esta violencia, el miedo al cachiporrazo, a la maquinaria burocrática o a la cárcel sostienen nuestras sociedades. Pero el miedo hay que saber gestionarlo. Y últimamente parece que se han dejado el grifo abierto.
Los que fuimos a EGB crecimos con varios temores sobre nosotros. Además de los clásicos miedos (paro y terrorismo), tuvieron su momento de gloria otros cuantos: una misteriosa plaga que resultó ser una intoxicación por aceite de colza, la lluvia ácida que continuamente amenazaba tras lo de Chernobil, el SIDA… descubrimos que había una capa de ozono que nos protegía y unos clorofluorocarbonos que la machacaban, cuando España entró en la OTAN sentimos los misiles rusos apuntándonos, el efecto 2000, luego el calentamiento se aceleró y mucho, osos polares a la deriva en un témpano de hielo, terrorismo planetario que estrella desde un avión hasta una furgoneta… A veces los miedos se solapaban, pero había cierto discurrir. Ahora hay una congestión: portadas anunciando la subida del nivel del mar, el precio de la electricidad insostenible, ojo con marruecos, un apagón apocalíptico en ciernes y una pandemia con tantas secuelas que parece una franquicia de las rentables.
¿Tenemos límite? ¿Reventará el miedómetro? ¿Es soportable tanto miedo? En la película “Bowling for Columbine” (Moore, 2002) se llega a la conclusión de que sociedad estadounidense se encuentra en un preocupante punto de degeneración debido a la sobreexposición al miedo (a los indios, a las brujas, a los negros, a los comunistas, a los emigrantes…). Y, como no puede faltar una referencia al nazismo, para explicar cómo una sociedad leída y culta termina siendo nazi, es necesario entender que también fue una sociedad con miedo, con mucho.
El miedo mal gestionado convierte las sociedades en masas.
El miedo que se instrumentaliza desde los grupos de control puede tener como origen bien el sobredimensionamiento de una amenaza “real”, bien creando la amenaza desde cero. Como ejemplo de esto último, en la película “El bosque” (Shyamalan, 2004) el grupo que controla la comunidad se inventa la existencia de un monstruo en el bosque que rodea el poblado para impedir que la gente quiera salir de él. ¿Han creado monstruos para nosotros?
Y es que no hay mejores cadenas que las que se pone la gente a sí misma. «Amaremos la esclavitud» (Huxley, 1958) es un vaticinio de una sociedad consumidora de ansiolíticos, botellones, redes sociales, intelectualmente uniformizante y sobreexpuesta al miedo y a la desinformación. Una sociedad sin pensamiento crítico, eso sí da miedo.